Vivimos tiempos convulsos en los que los políticos, de uno y otro signo, están demostrando que los pactos y el diálogo constructivo no va con ellos, y que los ciudadanos les importamos una mierda, al priorizar sus conveniencias de partido por encima de los intereses generales. Resulta evidente que un pacto de gobernabilidad entre PP y PSOE se hace imposible, ya que ello supondría la desaparación a medio plazo de la formación socialista; y por mucho que se empeñe Albert Rivera en pactar a cualquier precio con Mariano Rajoy, no suman lo suficiente, y por ahora resulta una aventura inviable.
El único pacto posible, que podría contar con apoyos suficientes y recibiría la bendición de muchos, estaría en los partidos llamados de izquierdas, pero para empezar a hablar de verdad es necesario que sus cabezas visibles se olviden de las líneas rojas y de las descalificaciones personales, porque no están los tiempos para perder esta oportunidad de cambiar el rumbo de nuestro país y poner fin a las políticas de austeridad, que tanto daño han hecho en los últimos años a los más desprotegidos, a costa de engordar los bolsillos de los más pudientes.
Los socialistas tienen la gran oportunidad de demostar ahora que quieren desarrollar unas verdaderas políticas de izquierdas, y que sus promesas electorales son sinceras, pero para ello deben de poner fin a sus guerras internas, que solo buscan defender las cuotas de poder. Porque, de continuar como hasta ahora, a las primeras de cambio serán engullidos por Podemos y se convertirán en un partido testimonial y en franca decadencia, como les ha ocurrido en Cataluña. Pero dudo que hayan aprendido la lección.
Podemos lo ha hecho bien, muy bien diría yo, al ser capaz de aglutinar en muy poco tiempo a una izquierda decepcionada, que quiere un cambio profundo. Pero Pablo Iglesias debe de saber que tiene un electorado nada consolidado y volátil, que para mantenerlo debe de colocar su línea roja irrenunciable en las políticas sociales, y olvidarse por un tiempo de priorizar un referéndum catalán, que poco o nada le interesa a la mayoría de sus votantes, por muy de acuerdo que estén con el derecho a decidir.
Mientras tanto Don Mariano Rajoy, que no es tan tonto como parece, ya está en campaña electoral, sabedor de que con su discurso patriota unas nuevas elecciones no le vendrían nada mal, ya que se comería a Ciudadanos de un plumazo y podría mandar el mensaje de que la izquierda es y será incapaz de gobernar y ponerse de acuerdo. Con un discurso de frases hechas y los tradicionales mensajes del miedo volvería a ganar, y con una mayoria, esta vez sí, suficiente para gobernar en solitario. ¿Queremos eso?
Y como éramos pocos parió la abuela, el fracaso del proyecto independentista se ha consumado, y pronto se convocarán unas nuevas elecciones en Cataluña. ¿De verdad alguien creía que se puede mezclar el aceite con el agua?; pues Mas y la CUP han tardado más de dos meses en enterarse. Aunque, pensándolo bien, y dado que somos tan amigos de llevar a cabo experimentos con gaseosa, para que todo explote o nada cambie podemos hacer coincidir unas nuevas elecciones generales con las catalanas.
Nunca aprenderemos, aunque de situaciones peores ya hemos salido.